Calculo que tendría yo alrededor de cuatro años. Eran las fiestas de Santiago Apóstol, a las que mis progenitores no faltaban nunca, para concelebrar al Patrón de Castropol con Egidio, Monteavaro, Sanjurjo, Penzol y un abultada nómina de amigos y coetáneos suyos de todo fuste y jaez.