Casi al principio de la obra, una de las actrices -instalada en el papel de tía del protagonista- llama a voces a Eusebio, el diligente jardinero de la mansión, y le ordena que acuda presto a recoger a una profesora que había sido contratada para ocuparse de la formación de Pablo, un “buen salvaje” veinteañero, a quien su padre había criado lejos de la civilización para alejarle de las nefastas influencias de la gran ciudad. Muerto el progenitor, sus dos tías solteronas y mayores, se hacen cargo del montaraz mozo y deciden afrontar su inaplazable educación.