Acudir a la memoria remota y exhumar momentos de vino y rosas, de la mano de esas fotos de color sepia que guardamos con celo en un rincón íntimo. El cerebro, ese truhán tramposo, al final siempre nos engaña. Juega con todos al escondite, ese juego de muchachos en el que unos se esconden y otro busca a los escondidos. Y en esa búsqueda nos reencontramos a nosotros mismos, cuando los recuerdos son amables. Cuando el calendario no tenía tanta prisa y el reloj vital era indulgente. Porque nadie es lo que es, si no hubiese sido lo que fue. Si no hubiese transitado por la vida junto a esos personajes que hoy ya no están al alcance de la mano, pero sí inscritos en nuestro mapa genético.