Eran momentos dulces, luminosos, cargados de ilusión, de complicidad, de sueños… Las penurias económicas habían quedado atrás y la agenda de Luís se iba llenando de fechas para actuar por todo el oriente gallego y el occidente astur. Las deudas cada vez eran menores y la cuenta de resultados iba viento en popa. Nuestra música, perdonen la inmodestia, sonaba bien. Habíamos diseñado un variado repertorio, donde convivían los tangos, con los boleros, la samba y el rock. Pero nos unía algo más que la música y los primeros éxitos. Nos unía una amistad fraternal. Cada uno tenía en su vida cotidiana variopintos afanes, pero nos buscábamos para compartir distintas vivencias. Cómo no recordar los “xuntoiros” en “El Rizo”, donde nuca faltaba una guitarra, en armonía festiva con otros jóvenes de Vegadeo. Las sesiones musicales, absolutamente surrealistas, en el bar “Marcos”. Las matanzas en la casa de Vidal en Beldedo, donde nos comíamos medio cerdo y bailábamos hasta el amanecer al amor del acordeón de Paco. O las meriendas de los lunes en “La Bugalla” de Ribadeo, con cuarenta rumbosos duros en el bolsillo, fruto de la actuación dominical en “El Bahía” de Foz. Las inigualables empanadas Anita, los callos de los sábados en casa “Antuña”, las “gachas” que yo cazaba en las “xunqueiras” de Porto y nos guisaba con mano maestra María “La Sandalia”, los calamares en tinta de “La Bilbaína”…Un universo de pequeñas grandes cosas sencillas, entrañables, de una amable dimensión humana.